Labial de mamá: la crianza de una marica
- Juan Navia
- 13 jul 2022
- 2 Min. de lectura
Recuerdo vívidamente las tímidas exploraciones con el cuerpo durante el periodo en que mis primeras inquietudes sobre el género germinaban; me observaba en el espejo y la falta de comprensión sobre mi sentir se enredaba como maleza y me asfixiaba, sumiéndome en un estado de estupefacción que inmovilizaba mi capacidad de razonar. Siempre había algo que se sentía ajeno, y no sabía señalar lo que era. Comenzaba entonces, a veces en medio del llanto, a pintarme los labios de rojo con el labial de mamá, a escarbar entre su closet buscando un brasier que pudiera ajustarse a mi espalda y me permitiera imaginar un par de senos voluptuosos. En esos momentos, por cortos que fueran, parecía que todo cobraba sentido.
Me percaté después que exteriorizar esa experiencia de forma evidente traería conflictos en mi familia, y a lo que nombraba como honestidad, otrxs percibían como agresivas muestras de rebeldía. “Si va a salir vestido de mujer, váyase, pero no vuelva a mi casa” nombró mi papá, al verme salir por primera vez a la calle con un vestido -esas palabras fueron dolorosas, y causaron en mi profunda intranquilidad, pues fue una de las únicas veces en que sentí no era bienvenide donde había crecido, siempre rodeade de cariño-. “Trata de ser más discreto… no queremos que tu papá se enferme más” señalaba mi mamá entre susurros, “¿Tu estás buscando llamar la atención?”. Me castigaba en silencio por mi egoísmo, por no poder ser otra cosa, y sentía que no estaba en el lugar indicado; sin embargo, esa parte de mi -que al final si era rebelde- me llevaba a utilizar el vestido corto de denim y mis plataformas de vinilo negro, a escondidas, pensando en no incomodar a nadie. A veces llevaba pequeñas faldas en la maleta, que usaba en la universidad, y volvía a ocultar cuando llegaba a casa. Por fortuna, con tiempo, pudo haber perdón y sanación, y comprendí que muchas de sus palabras provenían del miedo, así como que para realmente vivir desde la honestidad sería crucial sentarse y escuchar, escucharme, escuchar a lx otrx.
Gracias al ejercicio de la escucha pude seguir floreciendo, y presenciar el florecimiento de muchxs a mi alrededor; mi mamá ahora decía sonriendo en conversaciones “yo creo que también soy cuir”, mientras discutíamos cuáles prendas nos quedaban bien a ambxs y podíamos compartir. He descubierto con nostalgia, desde el privilegio del cambio, que se puede soñar con jardines en los que la experiencia de una marica, y la de millones sea posible.

Mi mamá a la derecha, acompañada de sus hermanxs.

Fotografía utilizando la falda de mi mamá.
Comments